Discursos y Demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias

Galileo Galilei

Salviati. Pero, incluso sin más experimentos, es posible demostrar con claridad, por medio de un argumento corto y concluyente, que un cuerpo más pesado no se mueve más rápido que un cuerpo más ligero, si se entiende que ambos son del mismo material y en suma como los que menciona Aristóteles. Pero decidme, Sr. Simplicio, si admitís que cada cuerpo cae adquiriendo una velocidad definida fijada por la naturaleza, una velocidad que no se puede incrementar ni disminuir excepto por medio de una fuerza o resistencia.

Simplicio. No se puede dudar de que el mismo cuerpo moviéndose en un único medio tiene una velocidad fija que determina la naturaleza y que no se puede incrementar (a no ser que se añada ímpetu) o disminuir (a no ser que lo retarde alguna resistencia).

Salv. Si tomamos entonces dos cuerpos cuyas velocidades naturales son diferentes, está claro que al unirlos, al más rápido lo retrasará el más lento, y al lento lo apresurará en cierta medida el veloz. ¿No coincidís conmigo en esta opinión?

Simp. Me parece que esto se sigue, sin duda.

Salv. Pero si esto es verdad, y la piedra grande se mueve con una velocidad de, digamos, ocho, mientras que la pequeña se mueve con una velocidad de cuatro, cuando están unidas, el sistema se moverá con una velocidad menor que ocho; pero cuando se ata una piedra a la otra, forman juntas una piedra más grande que la que antes se movía con una velocidad de ocho. Por tanto, el cuerpo más pesado se mueve con menor velocidad que el más ligero; un efecto que contradice vuestra suposición. Por lo tanto, podéis ver cómo, a partir de vuestra suposición de que un cuerpo pesado se mueve más rápido que uno ligero, infiero yo que el cuerpo más pesado se mueve más lentamente.


Proslogion

San Anselmo

(Traducido por Manuel Fuentes Benot)

CAPÍTULO II. Que Dios existe verdaderamente, aunque el insensato haya dicho en su corazón: Dios no existe

Señor, Tú que das la inteligencia de la fe, dame cuanto sepas que es necesario para que entienda que existes, como lo creemos, y que eres lo que creemos; creemos ciertamente que Tú eres algo mayor que lo cual nada puede pensarse. ¿Y si, por ventura, no existe una tal naturaleza, puesto que el insensato dijo en su corazón: no existe Dios? Mas el propio insensato, cuando oye esto mismo que yo digo: "algo mayor que lo cual nada puede pensarse", entiende lo que oye, y lo que entiende está en su entendimiento, aunque no entienda que aquello exista realmente. Una cosa es, pues, que la cosa esté en el entendimiento, y otra entender que la cosa existe en la realidad. Pues, cuando el pintor piensa lo que ha de hacer, lo tiene ciertamente en el entendimiento, pero no entiende que exista todavía en la realidad lo que todavía no hizo. Sin embargo, cuando ya lo pintó, no sólo lo tiene en el entendimiento, sino que también entiende que existe en la realidad, porque ya lo hizo. El insensato debe convencerse, pues, de que existe, al menos en el entendimiento, algo mayor que lo cual nada puede pensarse, porque cuando oye esto, lo entiende, y lo que se entiende existe en el entendimiento. Y, en verdad, aquello mayor que lo cual nada puede pensarse, no puede existir sólo en el entendimiento. Pues si sólo existe en el entendimiento puede pensarse algo que exista también en la realidad, lo cual es mayor. Por consiguiente, si aquello mayor que lo cual nada puede pensarse, existe sólo en el entendimiento, aquello mayor que lo cual nada puede pensarse es lo mismo que aquello mayor que lo cual puede pensarse algo. Pero esto ciertamente no puede ser. Existe, por tanto, fuera de toda duda, algo mayor que lo cual nada puede pensarse, tanto en el entendimiento como en la realidad.


La ciudad de Dios

San Agustín

(Traducido por José Cayetano Díaz de Beyral)

CAPITULO XXVI. De la imagen de la Santísima Trinidad, que en cierto modo se halla en la naturaleza del hombre aún no beatificado

[…] Porque nosotros somos y conocemos que somos y amamos nuestro ser y conocimiento. Y en estas tres cosas que digo no hay falsedad alguna que pueda turbar nuestro entendimiento; porque estas cosas no las atinamos y tocamos con algún sentido corporal como hacemos con las exteriores, como el color con ver, el sonido con oír, el olor con oler, el sabor con gustar, las cosas duras y blandas con tocar; y también las imágenes de estas mismas cosas sensibles, que son muy semejantes a ellas, aunque no son corpóreas, las revolvemos en la imaginación, las conservamos en la memoria y por ellas nos movemos a desearlas, sino que sin ninguna imaginación engañosa de la fantasía, me consta ciertamente que soy, y que eso lo conozco y amo. Acerca de estas verdades no hay motivo para temer argumento alguno de los académicos, aunque digan: ¿qué, si te engañas? Porque si me engaño ya soy; pues el que realmente no es, tampoco puede engañarse, y, por consiguiente, ya soy si me engaño. Y si existo porque me engaño, ¿cómo me engaño que soy, siendo cierto que soy, si me engaño? Y pues existiría si me engañase aun cuando me engañe, sin duda en lo que conozco que soy no me engaño, siguiéndose, por consecuencia, que también en lo que conozco que me conozco no me engaño; porque así como me conozco que soy, así conozco igualmente esto mismo: que me conozco. Y cuando amo estas dos cosas, este mismo amor es como un tercero, y no de menor estimación. Porque no me engaño en que me amo, no engañándome en las cosas que amo, pues aun cuando ellas fuesen falsas, sería cierto que amaba la falsas. Porque ¿cómo me reprendieran rectamente y con justa razón me prohibieran el amor de las cosas falsas, si fuese falso que yo las amaba? Pero siendo ellas verdaderas y ciertas, ¿quién duda que cuando las amo, también su amor es verdadero y cierto? Y tan cierto es que no hay uno solo que no quiera ser, como que no hay ninguno que no quiera ser bienaventurado. ¿Pues cómo puede ser bienaventurado si es nada?