La historia del diamante

Marc Meléndez Schofield

Como podréis imaginar, queridos amigos, nada podría haber más lejos de mis intenciones que mentiros, pues Alá (loado sea) lo prohibe, y de acuerdo con los designios de Alá obramos todos los que somos de la fe. Por lo tanto, cuando os pido que en vuestra imaginación os remontéis a los tiempos de Harun al-Raschid, sabed que la historia que os voy a contar es tan real como mi padre, que me la contó a mí, y que a su vez la oyó de un viejo comerciante de Bagdad que presenció los hechos con sus propios ojos.
Había una vez un prestamista muy poderoso que vivía en una lujosa casa cerca del palacio del sultán. Era temido por todos los tenderos, vendedores de alfombras, marineros, cuidadores de camellos, campesinos y músicos callejeros. Todos sabían que no había alcanzado su poder honradamente y muchos le debían dinero. Cierto día, paseando por la ciudad de las maravillas, pasó junto a un pozo del que estaban extrayendo agua las mujeres. Una de estas mujeres, una joven de delgada cintura y rostro suave, atrapó su mirada y lo cautivó. El prestamista decidió hacerla suya, e hizo averiguaciones sobre ella. Resultó que era hija de un vendedor de especias endeudado con él. Regocijado por su descubrimiento, se retiró a su casa a urdir un malvado plan.
Sentado junto al pozo desde las horas frescas que preceden al amanecer, la esperó al día siguiente. El lugar comenzó a poblarse durante la mañana, y ella se acercó poco antes del mediodía acompañada por su padre. El prestamista se acercó a ellos y a grandes gritos se dirigió al comerciante diciéndole:
-- ¿Cuánto tendré que esperar para recuperar el dinero que te presté?¿Crees que tengo un jardín con dinero que crece en los árboles? A mí también me cuesta trabajo ganarme la vida y no puedo esperar a que un holgazán reúna el dinero para pagarme. Si no me devuelves lo que me debes en unos pocos días, tendré que llamar a la guardia del sultán que, sin duda, te tratará como a un vulgar ladrón.
El pobre comerciante se asustó mucho.
-- Por favor, no lo haga. He sido un hombre honrado toda mi vida, pero no he tenido mucha suerte este año y no tengo nada de valor con lo que pueda devolverle lo que le debo. Deme un poco más de tiempo.
-- ¿Que no tiene nada de valor? --respondió enojado el prestamisa--, ¿Cuántas mentiras tendré que soportar de este vendedor de especias? Hay muchos testigos aquí que pueden observar la belleza de tu hija, que desde luego no es propia de la casa de un hombre pobre. Como soy benévolo, te propondré un trato: aquí, en esta mano, tengo un hermoso diamante y, en la otra, tengo una piedra del mismo peso tallada con la misma forma. Meteré las dos piedras en una bolsa de tela. Si aceptas el trato, tu hija sacará una de las dos piedras. Si es el diamante, entonces se casará conmigo y te perdonaré la deuda, si no es el diamante te perdonaré la deuda. En cualquiera de los dos casos, te perdonaré la deuda, ya ves lo benévolo que soy. Si te niegas a aceptar, o si aceptas y tu hija se niega a sacar una piedra o pone excusas para invalidar el trato, llamaré a la guardia del sultán.
El vendedor no estaba dispuesto a jugar a semejante juego, pero su hija, que no quería ver a su adorado padre preso en las mazmorras del sultán, lo animó diciendo
-- Acepta, querido padre. Si saco la piedra adecuada, te la regalaré y será una joya muy valiosa, aun no siendo un diamante, ya que nos traerá una vida juntos sin el constante disgusto que suponía la deuda. Si saco el diamante, me casaré con un hombre de fortuna e iré a visitarte siempre que pueda. No quiero a ese hombre, pero a ti sí, y no podría soportar perderte.
Tras una corta discusión, aceptaron el trato. El prestamista tomó entonces una bolsa de tela e introdujo dos piedras en su interior. Algunas personas que habían asistido al transcurso de la conversación, vieron que las dos piedras eran dos diamantes exactamente iguales, pero no dijeron nada por temor a atraerse la ira del prestamista. La joven había visto también la artimaña, pero se guardó de protestar, porque sabía que eso tendría como consecuencia la llegada de la guardia. ¿Qué habríais hecho vosotros, queridos amigos?

La solución de un problema intriga de la misma manera que intriga el final de las historias. Resolver un problema produce cierta satisfacción, como pasa en general con la superación de cualquier obstáculo. Pero no resolver un problema es la fuente de muchas frustraciones. Estás atascado, no hay nada que hacer. Punto. Esta es una razón suficiente para que muchas personas huyan de la lógica y las demás ciencias formales. Un ejercicio inocente escrito en una hoja puede dejarte atascado durante horas y ¿vale la pena dedicar tanto tiempo a resolver un problema del que se va a obtener una solución como "hay infinitos números primos"? ¿Qué utilidad puede tener eso? Desde luego, estas expectativas desaniman y hay veces en las que uno desearía tirar el libro de lógica por la ventana.

Dejaremos estas cuestiones de lado por el momento y volveremos al dilema de la historia. En este caso, una buena solución sí sería útil. El problema es que parece que no hay ninguna buena. Si la joven protesta para invalidar el trato, su padre acabará en las mazmorras. Si saca una piedra, tendrá que sacar un diamante y casarse con el prestamista. En un problema lógico, es muy común encontrarse en una de estas situaciones en las que se han explorado todas las alternativas y uno sigue insatisfecho. Cuando ocurre esto, lo mejor es revisar el contexto del problema ¿Cuáles son sus verdaderos límites? A lo mejor, podrían tirar al prestamista al pozo, utilizar una técnica avanzada de artes marciales contra la guardia del sultán y escapar de la ciudad. Sin embargo, estaremos de acuerdo en que esta solución es poco viable y un poco tramposa. Hay cosas que asumimos sobre el contexto del problema (como que el vendedor de especias y su hija no podrían enfrentarse con éxito contra una guardia armada) de la misma manera que asumimos que lanzar el tablero de ajedrez al suelo en mitad de una partida no es una buena manera de evitar un jaque. Pero es importante que no asumamos más de lo necesario. Hay veces en las que imponemos limitaciones artificialmente ¿Estamos realmente seguros de haber contemplado todas las alternativas? Cuando escuché por primera vez esta historia, a mí se me ocurrió que la muchacha podría haber sacado las dos piedras de la bolsa exponiendo el engaño del prestamista.1 A veces hay respuestas escondidas esperando a que las descubras.

Por supuesto, hay algunas soluciones que son mejores que otras...

Debéis saber, sin embargo, que la muchacha no sólo era bella sino que además era extremadamente ingeniosa. Se acercó con dignidad al malvado usurero, extrajo una de las dos piedras que había en la bolsa y la sujetó en el puño cerrado.
-- Debo sentarme antes de conocer el resultado --dijo, y se acomodó en el muro de piedra que rodeaba el pozo.
En ese momento, fingió que se mareaba y soltó sobre el hueco del pozo la piedra, que cayó ¡plop! al agua del fondo.
-- ¡Por el profeta, qué torpe soy! Espero que no haya sido el diamante. Miremos dentro de la bolsa y sabremos qué piedra saqué.
De la bolsa de tela salió un diamante. El prestamista, que no podía quejarse (pues habría puesto de manifiesto su vil engaño), perdonó la deuda y se marchó enfadado, y el vendedor pudo volver felizmente a casa con su hija.
Esa noche, el diamante, que había estado descansando en el pozo, fue rescatado. Pasaron los años, y la joya fue de un lugar para otro y fue la causa de aventuras y de traiciones (pero esa es otra historia, que deberá ser contada en otra ocasión), y finalmente acabó ante vuestros ojos, pues es precisamente éste diamante que habéis estado contemplando con tanto interés.

El final de esta historia nos muestra lo que lógicos y matemáticos llaman una solución elegante. Este tipo de soluciones son sus favoritas y son por tanto las que se buscan con mayor ahínco. Pero ¿en qué consiste esa "elegancia"? La verdad es que nunca he encontrado una definición satisfactoria. Aunque podría parecer a primera vista que una solución es elegante cuando es breve y sencilla, esta caracterización no es demasiado buena debido a que hay soluciones breves especialmente abstrusas y hay soluciones elegantes que sólo se entienden después de mucho estudio y paciencia. La mejor descripción de elegancia la encontré en un libro de programación:

Una solución elegante es aquella que deseas que se te hubiera ocurrido a ti.2

Creo que esto describe bastante bien la sensación que producen estas soluciones.


Notas

1 Una solución que no me satisfacía del todo, ya que probablemente se repetiría el juego con un diamante y la piedra tallada. Pero era, en todo caso, un progreso.
2 Cooper, D. y Clancy, M.: Oh! Pascal! An Introduction to Programming, W. W. Norton & Company (1982), p. 60.

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